Comentario
Se ha dicho que las reformas de septiembre dieron paso a lo que se llamó el Imperio parlamentario, como consecuencia de las amplias atribuciones que empezaron a disfrutar las Cámaras. El punto de arranque de este nuevo periodo cabe situarlo en el encargo que Napoleón hizo a Emile Ollivier, en los últimos días de 1869, para que formase un Gobierno "homogéneo que representase fielmente la mayoría del Cuerpo legislativo". Ollivier, un republicano moderado, había sido atraído a la órbita del régimen desde enero de 1867, a partir de unas conversaciones secretas que mantuvo con el emperador. El resultado del encargo que le hizo Napoleón fue la formación del Gobierno de 2 de enero de 1870, organizado en torno al Tercer Partido, pero en el que el emperador mantenía un gran nivel de autonomía en la dirección de los asuntos militares y de política internacional. Ollivier, en todo caso, trató de consolidar el avance político conseguido con la aprobación de un senado-consulto, de 20 de abril que, con sus 44 artículos, ha merecido el nombre de Constitución de 1870, ya que revisa profundamente la de 1852. El Senado pierde la capacidad de revisar la Constitución (que pertenece al pueblo) y se transforma en una verdadera Cámara alta. La responsabilidad ministerial es aludida en términos algo confusos, pero todo parecía indicar que se avanzaría en ese sentido. En todo caso, la posibilidad de una apelación directa del emperador a los ciudadanos, a través del plebiscito, se mantenía y Napoleón decidió utilizarla para respaldar sus últimas reformas políticas. El celebrado el 8 de mayo de 1870, a pesar de un engañoso enunciado que obligó a las oposiciones a pedir el voto negativo, se saldó con un gran triunfo del sistema. Siete millones trescientos cincuenta mil votos favorables, frente a más de 1.500.000 en contra, y casi 2.000.000 abstenciones, hicieron exclamar al emperador: "He recuperado mis cifras". Napoleón podía pensar que el Imperio había recobrado todo su prestigio y las oposiciones tuvieron motivos para desmoralizarse. Sin embargo, la euforia imperial duró poco y la misma autonomía del emperador en cuestiones de política internacional iba a llevarle a provocar la caída del Imperio. Las negociaciones para presentar un candidato al trono de España, vacante desde el derrocamiento de Isabel II, llevaron a Napoleón a poner todo su interés en bloquear un posible candidato alemán de la casa de Hohenzollern, cosa que había conseguido a comienzos del mes de julio. Pero su afán de obtener mayores garantías para el futuro fue la ocasión de una respuesta despectiva de la cancillería alemana (telegrama de Ems) que hirió los sentimientos franceses y llevó a la declaración de guerra del 19 de julio. El conflicto fue tan corto como nefasto para las tropas francesas, comandadas por el mismo emperador. El intento de socorrer a las tropas del general Bazaine, sitiado en Metz, se saldó con un rotundo fracaso en Sedan (1 de septiembre), en donde fue hecho prisionero un ejército de 100.000 hombres, con el emperador al frente. Tres días después los republicanos de París invaden la Asamblea, en la que deliberaba el Cuerpo legislativo, y se dirigen al Ayuntamiento para proclamar la República. La emperatriz, que había quedado al frente del Gobierno, huye y se proclama un Gobierno de Defensa Nacional, bajo la presidencia del general Trochu.